domingo, 16 de mayo de 2010

Prólogo. Recuerdos

Alguien… brindaba de luz su mundo, un resplandor extraño la cegaba y poco a poco se fue dibujando una figura entre toda aquella penumbra, no obstante no era quien ella esperaba. Su salvador le habló con voz suave pero ella seguía confusa y sin poder ver quién era, la luz fue disminuyendo y un resplandor rosa brilló en sus ojos, ahora lo sabía… había venido a buscarla.

- Himemiya, finalmente nos encontramos – sus ojos llenos de lágrimas eran de un azul más intenso que el mar y sus manos manchadas de sangre sujetaban con fuerza la tapa de aquel ataúd.

- ¡Utena-sama! – Exclamó la morena desde el fondo de aquel tenebroso lugar y sus ojos poco a poco se humedecieron.

- Himemiya… ¡Dame tu mano! –la joven estiró su brazo y con la mano ensangrentada buscaba a tientas aquel deseado contacto.

- ¡No! ¡Salga de aquí! Las espadas… - Anthy se agarró el pecho sin apartar la vista de aquella mano que la llamaba.

- ¡Tu mano…! Por favor… ¡Himemiya! – Su voz sonaba como una súplica mientras intentaba acercarse más y seguía estirando su brazo sin éxito.

- ¡No! Si no sale de aquí… - volvió a alzar la mirada y lamentó que ella estuviera pasando por todo aquello.

- Himemiya… Date prisa… ¡Tu mano! – Más que una súplica aquello se antojaba como una última voluntad. – Por favor… ¡Date prisa! ¡Dame tu mano!

Anthy agachó la mirada pero al oír aquello volvió a alzarla fijándola en su mano, intentaba agarrarla y estaba llena de magulladuras, sintió un fuerte dolor y sus ojos volvieron a llenarse de lágrimas a la par que tímidamente alzaba su mano buscando el contacto con la de su príncipe.

- Algún día… - Sus manos se aproximaban despacio – Algún día… juntas…

Utena balbuceó esas palabras y segundos después consiguió alcanzar su mano, aquel contacto trasmitía todos sus sentimientos y sus deseos para con ella, aquel contacto de su mano fría, húmeda por la sangre, pero que consiguió llenarla de una tranquilidad casi mística.

No obstante no se habían percatado de lo sucedido en el exterior y aquel anhelado contacto apenas pudo dar sus frutos, el ataúd donde Anthy se encontraba cayó, cayó al vacío, separándolas de nuevo.

[…]

Anthy se despertó sobresaltada, aquella pesadilla había vuelto para atormentarla. Ya había pasado un año de todo aquello y aún notaba el tacto frío y húmedo de su mano, se llevó la suya al pecho y en un leve susurro pronunció un nombre “Utena”.

No sabía del todo qué había pasado cuando ella cayó a aquel vacío llamado realidad, se sentía como si hubiera despertado de un sueño muy profundo y por fin viera las cosas tal y como eran pero pese a todo aquello no podía entender qué pasó con su príncipe y dónde se hallaba ella en estos momentos.

Ahora tenía que ocultarse y buscarla a escondidas, huyendo de Akio y sus espinas. Desde que la revolución fue hecha él había enloquecido (aún más por decirlo de alguna manera) al no tener a la novia de la rosa a su lado y cuando ésta decidió marcharse en busca de su verdadero príncipe Akio se llenó de cólera y juró perseguirla.

Himemiya se tumbó de nuevo en la cama y cerró los ojos imaginando la figura de Utena a su lado, ¿Estaría ella bien? ¿Estaría a salvo?… No lo sabía y sufría al no tener noticias suyas, Akio había insistido en su muerte pero ella tenía claro que continuaba viva en algún lugar y por mucho que le llevara la encontraría. Buscó a tientas en la mesita un marco de foto y le echó un vistazo al retrato difuminado por la oscuridad de la habitación, acarició con la yema de los dedos el cuerpo de Utena y una serie de recuerdos le vinieron a la mente.

-Escucha, si alguna vez tienes un problema, dímelo… quiero que seamos amigas, y algún día juntas…

-¿Algún día... juntas?

- Y algún día, brillaremos juntas.”

Ella no comprendió lo que le había querido decir en ese momento pero ahora lo sabía, Utena era su luz y su razón para brillar como nunca.

Dejó la fotografía en la mesita y volvió a dormirse, mañana saldría de Copenhague y se dirigiría de nuevo a Japón, no tenía motivo aparente para volver a su casa pero una sensación extraña la empujaba a querer volver.

Cerró los ojos y se sumió de nuevo en aquella oscuridad, sintiéndose vacía.

La luz entraba por las rendijas de la persiana, acariciando levemente sus párpados, Anthy se tapó los ojos y acto seguido se los frotó, “¿Qué hora debe ser?” pensó mientras sujetaba firmemente el reloj. Suspiró, eran las siete pero el día siempre se la hacía corto y cada segundo la podía alejar o acercar de la persona a la que tanto anhelaba encontrar.

Se levantó perezosamente y se fijó en Chuchu que dormía plácidamente acomodado en una butaca de la habitación, una sonrisa elevó sus pómulos y acto seguido fue en busca de su ropa.

Los billetes de avión se hallaban en la mesita junto a la fotografía que había estado contemplando el día anterior, le echó un vistazo más y la guardó en la maleta junto a todo lo demás. Una vez hecho cogió a su peculiar mascota y salió de la habitación de aquel hotel esperando no tener que regresar jamás ya que eso significaría que por fin había conseguido lograr su objetivo.

Las calles aún permanecían prácticamente vacías y Himemiya formaba parte de la poca vida que se dejaba ver a aquellas horas, por suerte pudo coger un taxi para dirigirse al aeropuerto.

El taxista, era un hombre de pelo largo rojizo, de un singular atractivo y de tez pálida, en conjunto a Anthy pareció recordarle a alguien, y ese alguien era Touga Kiryuu sin embargo la joven no quiso preguntar ya que aquel hombre parecía comprender una edad mayor a la de el sujeto de sus recuerdos pero una serie de imágenes asaltaron su memoria.

Aquel baile… parecía mentira que hubiera pasado tanto tiempo desde que ella y Utena bailaron juntas en aquella fiesta, sin importar lo que dijeran los demás ella se abalanzó a su ayuda cuando la había necesitado y le hizo un vestido casi de la nada… Chuchu pareció notar que algo se tensaba en el ambiente por lo que se puso a hacer niñerías que llamaron la atención del taxista:

- Esa mascota tuya… es muy peculiar. – Para sorpresa de Anthy el conductor se expresaba con un japonés excelente. - ¿Usted es japonesa?

Himemiya vaciló un poco antes de contestar pero al fin supo que era inútil fingir que no entendía el idioma.

- Si, por lo que veo habla muy bien el idioma.

El taxista soltó una leve carcajada con un aire melancólico.

- Pasé parte de mi niñez allí.

La conversación acabó en ese punto y el trayecto restante se sucedió entre una serie de suspiros o bostezos, la mayoría provenían de Chuchu.

El aeropuerto de Copenhague parecía haber despertado hace mucho ya que el ambiente de prisa y estrés que allí se palpaba era muy distinto al de la ciudad. Himemiya pagó al taxista y salió del vehículo dirigiéndose hacia el avión que debería tomar, dirigiéndose de nuevo a su hogar.

[…]

El embarque duró unas horas pero al fin estaba sentada en su asiento, admirando el paisaje de nubes que flotaban cual algodón de azúcar en el exterior, el suave contoneo del avión la iba calmando y poco a poco fue cerrando sus párpados cogiendo un sueño cada vez más profundo.

-Himemiya… Date prisa… ¡Tu mano!

Se despertó de una sacudida y miró a ambos lados, al parecer el hombre que se sentaba a su derecha la miraba sorprendido y ella no pudo hacer más que sonreírle tímidamente y volver a la calma.

Aquella pesadilla la perseguía continuamente, pero era precisamente ese recuerdo lo que la empujaba a seguir adelante, esos recuerdos que guardaba en su corazón y la promesa que le había hecho hace un año… “Estés donde estés, te encontraré. Espérame, Utena”.

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